miércoles, 24 de julio de 2013

Esto tendría que tener un título copado, pero resulta que no se titular -.-

Si alguien me preguntara cómo es Pablo, mi primera definición sería: demasiado inteligente para ser cajero de supermercado, demasiado lindo para querer trabajar dentro de una fábrica, demasiado valioso para ser simplemente el chico de ocasión de las adolescentes tardías. Cocina, trabaja, limpia, hace ejercicio, es deportista, tiene sentido del humor, es caballero y dulce y compañero. Sería el novio perfecto y el perfecto futuro padre de familia, creo yo. Lo intentamos un tiempo pero no funcionó; ahora es mi mejor amigo.

Hace una semana que llegué a Rosario y me estoy volviendo loca así que agarré el teléfono y marqué el número de Pablo, que me sé de memoria. Ni siquiera lo saludé antes de empezar a quejarme.  Nuestra conversación fue más o menos así.
-No puedo más- le digo.
-Ooooooooookey. ¿Qué te pasa?
-Tiago.
-¿Tiago qué?
-El perro de Mel.
-¡Ah! ¿Qué te hace?
-No consigo que haga pis acá adentro.
-Afuera.
-No, adentro.
-¿Adentro? ¡Pero por qué querés que haga pis adentro! Mel me lo mostró, no tenía cara de muy inteligente. ¡Es genial que haya aprendido que tiene que hacer pis afuera!
-No.
-¿Por qué no?
-Porque estoy estudiando, tengo que rendir Lenguajes II el 30 y no llego, no entiendo Peirce y cuando consigo concentrarme viene Tiago a pedirme para salir. Y yo quiero seguir estudiando.
-Pero...
-Que haga adentro, en las piedritas de Olivia. Total después tiro todo y listo.
-Pero Di, no creo que a Mel y a Iara les divierta tener al perro acostumbrado a hacer adentro. Ellas no tienen una caja de piedritas.
-No me importa.
Tiago empezó a hociquearme (yo, mujer de gatos, usando esa palabra tan de mujer de perros) para que lo sacara. Lo alejé con el pie y me di vuelta.
-Pablo, o aprende a hacer pis en la caja de Olivia o lo tiro por el balcón.
-Okey okey. Dejame pensar un segundo.
Tiago volvió a hociquearme.
-¡¡¿¿Quéeeeeee??!!- le grité al perro.
-¡Pará, estoy pensando todavía! ¡Mujer de Dios!
-No, era con Tiago. Quiere salir de nuevo.
-Di me parece que vas a tener que sacarlo.
Lo miré. Tiene unos ojazos azules a los que cada día me es más difícil decirles que no aunque juro que lo intento. Justo como a Mel, su perro tenía que ser. Me levanté a buscar la correa y Tiago empezó a mover la cola mientras Olivia nos miraba aburrida desde arriba de la mesa, sus patas delanteras arriba de mi cartuchera. Odia cuando me pongo a estudiar.
-Lo voy a sacar. Si llegan a bocharme en Lenguajes los voy a ir a buscar a todos.
-¿Yo qué tengo que ver?
-No sé, pero seguro que algo tenés que ver.

De más está decir que no fue la última vez que tuve que sacarlo en el día. Encima hoy hizo un frío tremendo y ni siquiera me puedo parar al lado de la estufa porque Tiago hizo de ese rincón su cucha. Así que antes de cerrar los libros (Peirce no me vas a ganar, ya te voy a avisando) y apagar todo para irme a dormir le mando un whatsapp a Mel.
“Vos y tu perro me deben ASI de grande”
No llego a terminar de escribir esta entrada cuando me llega su respuesta.
“Tiago y yo te amamos”

No se puede discutir con esta mujer.

sábado, 20 de julio de 2013

Se siente en el corazón y se dice "amigos" ♥

Hay tres cosas en esta vida en las que creo ciegamente: el Universo, mis padres y mis amigos. Recuerdo que Ani fue la primera en acercarse, siendo dos pimpollitos de jardín de 4,  y que me dijo, textual: “Hola, soy Ani, ¿querés ser mi amiga?”. El resto se muestra escéptico y dice que no puede ser que me acuerde aunque admite que se imaginan a Ani diciendo algo así. Ani dice que lo de ellos es envidia de ella es el honor de ser mi primer amiga ("y de ser su mejor amiga", termina siempre la frase) y de nosotras dos el lugar de fundadoras de la banda. Yo digo que si el recuerdo no es real y lo inventé como ellos dicen no importa porque es tierno y me hace sonreír cada vez que lo evoco.
A Mar la conocí un tiempo después porque se mudó a Silly y fue mi vecina antes de ser mi compañera de escuela. Empezábamos primer grado y me acuerdo que me sentí re grande al llevarla de la mano y presentársela a todo el curso. Para esa altura Iara y Charlie ya se habían sumado a mi escuela; Pablo llegaría en tercer grado, trasladado desde el Santísimo Rosario después de que la directora de ese colegio le recomendara a sus padres “llevarlo a clases extras de catequesis, porque ese chico es  muy desobediente y rebelde y va a ir por mal camino”.
Mel y Valen aparecieron recién en séptimo transferidos también del Santísimo. Cayeron pegados uno al otro, temiendo a los chicos del nacional porque en los bailes y en la plaza nunca se juntaban las barras de las dos escuelas. En nuestra clase éramos dos grupitos y el nuestro fue el primero en acogerlos. No sé qué les vimos, no me acuerdo, pero nos cayeron bien. Pablo piropeó a Mel un par de veces esa mañana y me acuerdo patente que le tiró con bollitos de papel en la clase de Matemática para llamar su atención hasta que Iara (que estaba sentada atrás de los chicos nuevos) se dió vuelta y le dijo que parara porque era un inmaduro y un idiota y nunca iba a tener novia si seguía portándose así. Mar y yo la apoyamos y nos reímos y conseguimos que la profesora nos retara (¡primer día de clases!) y Pablo se burló pero no volvió a tirarle con nada en todo el día.
Abajo de mi cama tengo una colección de tres álbumes de fotos de la banda, uno de tapas rosas, uno de tapas violetas, uno de tapas verdes. Los fuimos haciendo con los chicos a base de piyamadas, días de campo, cumpleaños, escapadas y reuniones varias. La mamá de Mar es fotógrafa así que ella siempre tuvo cámara y una inclinación a llevarla con ella para todos lados, registrando todo, cualquier cosa. Con los chicos nos juntábamos en mi casa al comienzo de cada estación para elegir el par que iban a ir al álbum: era un día solemne y pobre del que osaba faltar. Me acuerdo que un año Ani estaba de vacaciones e hizo un escándalo porque no quisimos correr el día de juntada para que ella pudiese estar.
Ahora ya no nos juntamos al comienzo de cada estación para elegir fotos. La vida universitaria nos separó en el espacio y en el tiempo y cada vez es más difícil encontrar un momento en el que estemos los ocho en la misma ciudad, el mismo día, a la misma hora. La foto que cierra el álbum verde es de todos nosotros en la despedida de año 2010, dos semanas después de nuestra graduación del secundario, seis semanas antes de que mis padres me ayudaran a mudarme a Rosario. Sólo dos de nuestras reuniones sagradas sobrevivieron: la Navidad y el Día del Amigo.
Aunque la vida facultativa y responsabilidades varias se empeñan en mantenernos separados hacemos lo que podemos. Así que ayer a la noche cayeron Pablo, Mar, Valen y sus respectivas notebooks a mi casa a comer unas pizzas. Ani seguía en Silly para pasar el día con Charlie así que mientras cenaban se conectaron al Skype, puerto de recepción la compu de Val. Mel y Iara se conectaron en el Skype de Pablo y mi compu pasaba música. Nuestra tradición es hacer fiestas temáticas; como este año nadie tenía ganas de disfrazarse el tema fue años noventa, resuelto con una lista de Grooveshark con música de Fey, N’Sync y Backstreet Boys, y vasos y platos de plástico arriba de la mesa, de Cars para los nenes y de Barbie para las nenas.
-¡Se nos acabó la cerveza!- dice Pablo viniendo desde la cocina.
-Jodéme- añade Mar, despatarrada en mi sillón con Olivia en el regazo. De todos mis amigos, Mar es la favorita de Olivia; yo digo que casi que la quiere más que a mí -Di, sos la peor anfitriona de este universo.
Risas de Mel desde la pantalla de Pablo. Tiago ladra. Olivia resopla. Yo me doy vuelta con mi botella de Gancia One en la mano.
-Tiene que haber, buscá bien.
-¡Y sacáme una Sprite de la heladera!- grita Valen.
-Che, ¿sacaron fotos de hoy?- pregunta Ani. Está en el sillón de la casa de Charlie, comiendo sushi con palitos chinos. Es el colmo de lo bizarro. Se lo digo.
-Ey, no es bizarro, es tener clase- me contesta Charlie.
-No es de los noventa- apunta Mel. Tiene razón. Se lo digo también.
-Bizarro es que en Silly vendan sushi. Ustedes deben ser los únicos clientes- dice Iara levantándose de la mesa. Las dos notebooks con Skype están puestas arriba de dos pilas de libros arriba del escritorio, cosa de que los chicos puedan vernos a los que andamos dando vueltas por el departamento. En sus casas, una notebook tenía el Skype con nosotros y la otra el Skype Buenos Aires-Silly. Gracias a Dios por los padres a favor de la comunicación.
-Nosotros y la señora del verdulero- dice Ani.
-Jodeeeeeeeeeeeeeme- grita Mar.
-Okey, que alguien le enseñe alguna otra palabra a la estudiante de Letras- dice Pablo asomando la cabeza desde la cocina.
-Fuck you- le responde Mar levantándole el dedo mayor.
-¡Encontré la cerveza!- Pablo.
-Te dije- yo.
-La Spriiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiite- Val.
-Che zoquetes- Mel -Los extraño.
-¡Aaaaaaaaaaaaaaw!- todas las demás, menos Iara, que la besa en la mejilla mientras aparece en pantalla con un bol lleno de papas saladas.
-Tan cursis ellas- nos critica Valen, parándose a buscar la Sprite que nadie le alcanza.
-Go to hell- le dice Mar, esta vez sin ningún gesto gráfico.

Oh si, nos amamos.

Nosotras, hechas por Mar. No pueden decirnos que no somos tiernas :)

martes, 16 de julio de 2013

Amigas son las amigas o sobre quién me manda a mí

Sonaba Ella en mi celular mientras yo garabateaba letras en mi cuaderno, intentando en vano escribir una buena crónica sobre el pueblo para empezar a practicar para el día que escriba en la Rolling, en la Orsai, en Etiqueta Negra o al menos en la revista de los domingos de La Nación. Mi cuarto en la casa de mis padres (ya no se siente mi casa aunque ellos digan que siempre lo será) sigue tal cual lo dejé dos años y medio atrás: las paredes rosa clarito, las cortinas rosa oscuro medias deshilachadas abajo, un cuadro pintado de Alicia y el Sombrerero, el escritorio de madera blanca con el velador en forma de flor y mi acolchado de retazos de telas de colores. Si no fuese porque en el placard falta casi toda mi ropa, en la biblioteca la mitad de los libros y en las paredes los cuadros con las fotos de la banda nadie sospecharía que ya no vivo más acá.
Estaba concentrada tratando de escribir algo que sonara más o menos lindo cuando escuché a Mel llamándome a gritos desde el living. En Silly somos así: no nos mandamos mensajes, no nos llamamos por teléfono, caemos sin avisar con la esperanza de que el solicitado esté en su casa sin nada importante para hacer. Casi siempre funciona. La casa de la familia de Mel queda en la esquina de mi casa así que siempre fue la que más tiempo pasó sorprendiéndome a cualquier hora del día o de la noche con sus visitas intempestivas.
Me levanté y fui a ver qué quería. Olivia, mucho más pachorrienta que yo, se quedó en la cama desplegada en todo su largo.
-Tu papá me abrió- explicó la morocha en cuanto me vio entrar.
La observé con cuidado. Lo primero que noté fue su mueca de nerviosismo al saberse escrutada: el ceño levemente fruncido, los brazos caídos al costado del cuerpo, las manos entrelazadas. Lo segundo fue el brillo en sus ojos y la sonrisa pícara que intentaba reprimir pero que se le estaba insinuando en los labios. Eso sólo podía significar dos cosas: o había hecho algo atrevido e inesperado o iba a pedirme algo y sabía que yo no iba a poder decirle que no. No porque lo que fuese a pedirme fuese razonable o importante sino porque sabe que no sé cómo negarme a cualquier cosa que me pida. La observé un instante más. Se empezó a balancear para adelante y para atrás y eso me alcanzó para comprender que no venía a contarme nada.
-Ami…- empezó con su voz más tierna y cantarina.
-Lo que sea que me vas a pedir, desde  ya te digo que no- nos mentí. Obvio que no me creyó. Yo tampoco me creí.
-Daaaaaaaaaaale- se seguía balanceando y la agarré por los hombros para detenerla. Se le agrandó la sonrisa y la solté –Anoche cuando volvía de lo de Iara un perrito empezó a seguirme. Era chiquito y negro, un cachorro de algo, con unos ojazos azules, una hermosura, ¡no sabés!- empezó –Creo que salió del baldío de al lado de lo de Lola. Mamá dice que últimamente el pueblo se está llenando de perros callejeros, que la gente de Santa Fe viene a abandonarlos acá- inspiré, estaba esperando que me dijera cuál era mi papel en todo eso. Realmente no soy una chica de perros.
-Y…- la apuré. Igual me imaginaba hacia dónde estaba yendo y sospechaba que no me iba a divertir.
-Caminó pegado a mis talones las tres cuadras, ¡temblaba de una manera! Cuando llegué a casa lo miré y me miró y bueno…
-Lo entraste- no era una pregunta. 
Fui para la cocina a prepararme un té y Mel me siguió mientras seguía hablando.
-Mamá no quiere saber nada con quedárselo ella, dice que con Bacán ya tiene más que suficiente. Lo llevé al vet y me dijo que va a crecer pero no mucho, y ya hablé con Iara. Dijo que podemos tenerlo con nosotras en Baires.
Mi papá, que estaba leyendo el diario sentado en la mesa de la cocina, levantó la vista para mirarnos. Decidí ignorar la sonrisita que me estaba dirigiendo (“te-va-a-engatusar-de-nuevo”) y en cambió miré a Mel con mi mejor cara de nada.
-Pero…
-Pero nos vamos en cole. Y no puedo llevármelo en el colectivo.
Quería que me llevara el perro yo, conmigo, en auto, a Rosario, y que se lo tuviera hasta que pudiera pasar a buscarlo. Y yo ya había dicho que sí  en el preciso momento en que mi amiga había entrado a mi casa.
-Te odio.
-¡¡¡Ay gracias gracias gracias!!!- se me colgó del cuello, me llenó las mejillas de besos y me hizo volcar la mitad del té que me estaba sirviendo. Mi papá volvió a su diario y en cuanto Mel salió de mi casa me dijo sin mirarme: “Quisiera verte. Va a ser divertido”.
Todo eso fue el domingo. Al final no sé que pasó pero Mel y Iara se tuvieron que volver a Buenos Aires antes de lo que tenían planeado, así que me enchufó el perro a mí esa misma noche. Así que acá estamos dos días después Olivia, Tiago el perro y yo intentando terminar de armar la valija para volver mañana a Rosario. En este tiempo ya descubrí que:
- El estómago de Tiago no es precisamente amigo de andar en auto.
- A Tiago le gusta molestar a Olivia.
- A Olivia no le gusta que la molesten.
- A Tiago no le gusta dormir solo.
- Una cama de una plaza es muy chica para los tres.


Tengo que acordarme de cobrarle esto a Mel la próxima vez que la vea.

miércoles, 10 de julio de 2013

Había una vez una banda...

Mi nombre es Daiana pero mis amigos me dicen Di. Tengo 20 años, estudio Comunicación Social y vivo en Rosario, en un departamento cuatro por cinco en Barrio Martin con Olivia, mi gata, y una población de cactus bonsai que tienen nombres de caballeros españoles.
Somos de un pueblo del centro de la provincia de Santa Fe cuyo nombre prefiero no mencionar, de un kilómetro de largo y medio de ancho en el cual se desparraman sus casi 5000 habitantes. Con mis amigos le decimos Silly, abreviación de “Silly Town”, apodo que se ganó una noche de verano en la que estábamos felices, nos sentíamos ingeniosos y habíamos tomado demasiado alcohol. Hacía calor y estábamos alrededor de la pileta de Iara con las heladeritas con cerveza entre las reposeras y los zapatos largamente olvidados en el pasto. Esa mañana habíamos terminado el colegio y aunque ya tendríamos la fiesta de graduación para festejar ese era nuestro propio festejo privado, sólo nosotros ocho, celebrando que después de tantos años habíamos terminado la escuela y que por fin íbamos a salir del pueblo. En que ya no íbamos a vivir a un máximo de 4 cuadras unos de los otros ni a compartir todas las mañanas ni las tardes, y en que ni siquiera íbamos a estar todos en la misma ciudad, en eso preferíamos no pensar. Al menos no todavía.
- Tiene un solo semáforo y está en una esquina por la que no circula absolutamente nadie porque ahora esa calle no tiene salida- había dicho Pablo con una cerveza a medio tomar en la mano.
- Los de recolección de residuos todavía no entienden cómo hacer andar el depósito del camión- había añadido Charlie, que estaba tirado en el sillón de jardín con un brazo por sobre los hombros de Ani, que se reía bajito y no podía parar.
- En la iglesia tienen que cambiar la cruz por la estrella de David o por lo que sea dependiendo de quién es la misa- empecé a reírme a carcajadas con el comentario de Mar. Todos los domingos me pasaba de estar en misa y que el rabino nos sacara casi corriendo cuando el cura se extendía demasiado. Era genial, ver a las viejas agarrar sus carteras paquetas y moverse indignadas porque qué falta de respeto, echarlas así de la Casa del Señor.
- Tiene que ir el jefe comunal a darle de comer a los patos del estanque porque el empleado que se supone que hace eso es tan viejo que se olvida siempre.
- Jefe comunal ni siquiera debería ser una palabra. Es estúpida.
- You have a point my friend.
- Es un pueblo tonto. Tonto tonto.
- Siiiiiiiiiiiilly town, siiiiiilly town – se puso a cantar Mel con su mejor voz de blues y todos empezamos a reírnos a los gritos. Y así quedó para siempre.
Dos años y medio después las vacaciones de invierno nos encontraron de nuevo en la casa de Iara, esta vez amontonados en su sala con la estufa prendida y su impresionante sistema de sonido tocando Calamaro bajito. Volvimos todos a casa durante las vacaciones  y nos pusimos de acuerdo para coincidir al menos un par de días. Aunque en la ciudad nos juntemos no es lo mismo; vernos en una de nuestras casas del pueblo, con los muebles y la gente tal como la dejamos, con las calles tan idénticas a lo que fueron siempre y los mismos vecinos y los mismos negocios y quizás un auto diferente y un niño más me da una melancolía extraña. Nos sentimos como sapos de otro pozo, como pintados a mano sobre una fotografía a la que realmente no pertenecemos. A mí me pasa, al menos; sé que a muchos de los chicos también.
Afuera hacen apenas 4 o 5 grados y hay una humedad odiosa y una niebla que hace que todo parezca Londres pero adentro está cálido y hogareño. Tenemos prendidos sólo los veladores; la chimenea (que no es de leños aunque lo parece) tiñe la escena de anaranjado. Como de costumbre ando con mi cuaderno rosa y mi lapicera a cuestas; hace mucho que quiero contar mi historia, la mía y la de mis amigos, y este momento parece tan bueno como cualquier otro para empezar.  Los miro por encima de mi taza de té de frutilla. Charlie y Ani están como aquél verano, en un sillón de dos cuerpos, el brazo de él protectoramente sobre los hombros de ella mientras charlan con Mar y Valen. Mar está sentada en canastita en la alfombra siria con el termo del mate entre las rodillas y al lado suyo Valen aprieta sus manos alrededor de su taza de café. Me causa gracia porque le decimos que es casi deshonroso que alguien de pueblo no tome mate; él nos contesta (ofendido, siempre) que es ridículo creer que porque nació en un pueblo del interior tiene que gustarle el mate y que el mate le parece ordinario y horrible. Lo queremos, a pesar de eso. Pablo y Mel discuten sobre si son mejores los libros o las películas de Harry Potter; Pablo está sentado en el piso a los pies del sillón donde se sientan Mel y Iara, la morocha sobre uno de los apoya-brazos, la rubia con un brazo alrededor de su cintura. Las veo y me acuerdo de una imagen que una vez encontré en Internet, “Every brunette needs a blond best friend” y pienso que hace mucho que ellas pasaron ese límite. Sonrío; son lindas juntas.
Yo estoy apoyada contra la pared mirándolos a todos y maravillándome de que a pesar del paso del tiempo y de todos los cambios sigamos siendo nosotros, los mismos de siempre. Quizás no estemos tan agregados a la fotografía después de todo; quizás sí pertenezcamos a ella.
- Las películas son súper fieles a los libros Mel. Nunca vi unas películas tan fieles a los libros como en el caso de Harry Potter- está diciendo Pablo.
Mel se hace la que piensa un instante.
-Emmm… no. No son “súper fieles”- entrecomilla con los dedos en el aire; Pablo intenta replicar pero la morocha lo calla –Lo sabrías si hubieses leído los libros la cantidad de veces que los leí yo. Cuando se te empiecen a soltar las hojas de la cantidad de veces que leíste cada uno, ahí volvé y hablamos de fidelidad. Será de Dios- dice frustrada mientras mueve la cabeza para los lados. Es su marca registrada.  
-¿Saben algo?- les digo y los dos se vuelven para mirarme –Están discutiendo cosas insignificantes. Lo que tendrían que discutir es por qué Rowling decidió matar a Dumbledore…
-¿Muere Dumbledore?
-… o a Dobby. No había ninguna necesidad.
-¡¿Muere Dobby!?
Ups.
Pablo tiene sus ojos verdes abiertos del tamaño de dos huevos y nos mira alternativamente a mí, a Mel y a Iara en busca de respuestas o de algún consuelo. Iara se empieza a reír y Mel no reacciona hasta que de pronto se larga a reír con su risa estruendosa y cantarina y yo sonrío con ella mientras vuelvo a mi té con mi mejor cara de “no-sabía-que-no-habías-llegado-a-esa-parte-todavía” aunque ya sé que me va a hacer pagar por esto arruinándome el final de la próxima película que quiera ir a ver al cine. Igual disfruto de mi pequeña maldad mientras pienso de repente que amo a esta gente, simplemente la amo.

***

Así comienza este blog que por ahora es un cuento de lo que me pasa rodeada de estos siete personajes que conozco desde que tengo memoria pero que se puede convertir en cualquier otra cosa porque básicamente así soy yo: organizada y planificadora por un lado pero inconstante y caótica en otro orden de cosas que se superpone y se mezcla con el anterior. A los que ya llegaron, ¡bienvenidos! y a los que están por venir ¡los estoy esperando! Finalmente, al Universo: ¡que la banda nunca encuentre este lugar! O voy a tener muchos problemas jaja. Sea como sea: nos estamos leyendo pronto gente. ¡Sean felices!