Sonaba Ella en mi celular mientras yo garabateaba letras en mi cuaderno, intentando en vano escribir una buena crónica sobre el pueblo para empezar a practicar para el día que escriba en la Rolling, en la Orsai, en Etiqueta Negra o al menos en la revista de los domingos de La Nación. Mi cuarto en la casa de mis padres (ya no se siente mi casa aunque ellos digan que siempre lo será) sigue tal cual lo dejé dos años y medio atrás: las paredes rosa clarito, las cortinas rosa oscuro medias deshilachadas abajo, un cuadro pintado de Alicia y el Sombrerero, el escritorio de madera blanca con el velador en forma de flor y mi acolchado de retazos de telas de colores. Si no fuese porque en el placard falta casi toda mi ropa, en la biblioteca la mitad de los libros y en las paredes los cuadros con las fotos de la banda nadie sospecharía que ya no vivo más acá.
Estaba concentrada tratando de escribir algo que sonara más o menos lindo cuando escuché a Mel llamándome a gritos desde el living. En Silly somos así: no nos mandamos mensajes, no nos llamamos por teléfono, caemos sin avisar con la esperanza de que el solicitado esté en su casa sin nada importante para hacer. Casi siempre funciona. La casa de la familia de Mel queda en la esquina de mi casa así que siempre fue la que más tiempo pasó sorprendiéndome a cualquier hora del día o de la noche con sus visitas intempestivas.
Me levanté y fui a ver qué quería. Olivia, mucho más pachorrienta que yo, se quedó en la cama desplegada en todo su largo.
-Tu papá me abrió- explicó la morocha en cuanto me vio entrar.
La observé con cuidado. Lo primero que noté fue su mueca de nerviosismo al saberse escrutada: el ceño levemente fruncido, los brazos caídos al costado del cuerpo, las manos entrelazadas. Lo segundo fue el brillo en sus ojos y la sonrisa pícara que intentaba reprimir pero que se le estaba insinuando en los labios. Eso sólo podía significar dos cosas: o había hecho algo atrevido e inesperado o iba a pedirme algo y sabía que yo no iba a poder decirle que no. No porque lo que fuese a pedirme fuese razonable o importante sino porque sabe que no sé cómo negarme a cualquier cosa que me pida. La observé un instante más. Se empezó a balancear para adelante y para atrás y eso me alcanzó para comprender que no venía a contarme nada.
-Ami…- empezó con su voz más tierna y cantarina.
-Lo que sea que me vas a pedir, desde ya te digo que no- nos mentí. Obvio que no me creyó. Yo tampoco me creí.
-Daaaaaaaaaaale- se seguía balanceando y la agarré por los hombros para detenerla. Se le agrandó la sonrisa y la solté –Anoche cuando volvía de lo de Iara un perrito empezó a seguirme. Era chiquito y negro, un cachorro de algo, con unos ojazos azules, una hermosura, ¡no sabés!- empezó –Creo que salió del baldío de al lado de lo de Lola. Mamá dice que últimamente el pueblo se está llenando de perros callejeros, que la gente de Santa Fe viene a abandonarlos acá- inspiré, estaba esperando que me dijera cuál era mi papel en todo eso. Realmente no soy una chica de perros.
-Y…- la apuré. Igual me imaginaba hacia dónde estaba yendo y sospechaba que no me iba a divertir.
-Caminó pegado a mis talones las tres cuadras, ¡temblaba de una manera! Cuando llegué a casa lo miré y me miró y bueno…
-Lo entraste- no era una pregunta.
Fui para la cocina a prepararme un té y Mel me siguió mientras seguía hablando.
-Mamá no quiere saber nada con quedárselo ella, dice que con Bacán ya tiene más que suficiente. Lo llevé al vet y me dijo que va a crecer pero no mucho, y ya hablé con Iara. Dijo que podemos tenerlo con nosotras en Baires.
Mi papá, que estaba leyendo el diario sentado en la mesa de la cocina, levantó la vista para mirarnos. Decidí ignorar la sonrisita que me estaba dirigiendo (“te-va-a-engatusar-de-nuevo”) y en cambió miré a Mel con mi mejor cara de nada.
-Pero…
-Pero nos vamos en cole. Y no puedo llevármelo en el colectivo.
Quería que me llevara el perro yo, conmigo, en auto, a Rosario, y que se lo tuviera hasta que pudiera pasar a buscarlo. Y yo ya había dicho que sí en el preciso momento en que mi amiga había entrado a mi casa.
-Te odio.
-¡¡¡Ay gracias gracias gracias!!!- se me colgó del cuello, me llenó las mejillas de besos y me hizo volcar la mitad del té que me estaba sirviendo. Mi papá volvió a su diario y en cuanto Mel salió de mi casa me dijo sin mirarme: “Quisiera verte. Va a ser divertido”.
Todo eso fue el domingo. Al final no sé que pasó pero Mel y Iara se tuvieron que volver a Buenos Aires antes de lo que tenían planeado, así que me enchufó el perro a mí esa misma noche. Así que acá estamos dos días después Olivia, Tiago el perro y yo intentando terminar de armar la valija para volver mañana a Rosario. En este tiempo ya descubrí que:
- El estómago de Tiago no es precisamente amigo de andar en auto.
- A Tiago le gusta molestar a Olivia.
- A Olivia no le gusta que la molesten.
- A Tiago no le gusta dormir solo.
- Una cama de una plaza es muy chica para los tres.
Tengo que acordarme de cobrarle esto a Mel la próxima vez que la vea.
2 comentarios:
Jajajaja me muero! esta gente que se sabe con poder sobre una...
quiero saber como le va a olivia con su nuevo amiguito!
DEMASIADO poder sobre una, es totalmente injusto jajajaja
A Olivia le está yendo más o menos con su nuevo amigo. Tiago se aburre (no soy persona que sepa jugar con los perros), entonces la molesta a Olivia, y Olivia detesta que la molesten. Ahora la tengo durmiendo arriba de la mesa, Tiago no llega a agarrarla ahí jajajaja
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